Llamadme rara, pero si no fuese por la música estoy segura de que no sería la misma. Sería cualquier otra anónima sin sueños, ninguno. Ella es quién me anima cuando estoy triste, quien me acompaña cuando estoy sola y quien me aconseja hasta cuando no necesito consejos. Tengo que confesar, aunque suene bastante desesperada, que la música es mi mejor amiga.
Ella es jazz, con la que vuelo mientras doy vueltas y vueltas.
Es flamenco, que me hace gozar de su pasión y mover las muñecas en busca de manzanas.
Se convierte en rock y consigue que mueva el pelo y sienta el latir de su emoción.
Es reggaetón, para darle gracia a la vida y poder mover el cuerpo como una sirena.
Me da rap y su poesía, para mover el cuello y vivir el día a día.
Un poco de pop, para animar las fiestas de mi cabeza y mover los brazos y las piernas.
Es country para darle emoción a mis pies y hacer mi alma un poquito más buena.
Canto, bailo, escucho y aprendo. Nadie me enseñó mejor a hacer esto. Me inspira, ella es quien me da todo lo que escribo y lo hago mientras me canta. En mi habitación, en la ducha, en el coche, en el parque, en las fiestas y en los bares. Y si se acaba la música, que me maten.
Mar Fresno
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