Comenzó con la esperanza de que todo volviese
a ser como antes, querernos hasta olvidar todo lo demás y que se rían de
nosotros, pasear por las calles de Madrid y descubrir nuevos rincones, que nos apaguen las
luces al viajar en metro, vernos a solas o vernos acompañados, encerrarnos para
hablar por teléfono y reírnos a carcajadas, hacernos trescientas fotos en doce días, contar nuestros secretos más profundos, hacer locuras
y entrar en razón juntos, probar cosas nuevas e inventar un mundo entre túnel y
túnel, beso y beso. Aprovechar los semáforos en rojo y descubrir sitios nuevos, cogidos de la mano, siempre de la
mano, de la mano para no perdernos y de la mano para
pertenecernos.
Ser los protagonistas de la historia de amor más empalagosa
escrita, lanzarme a tu cuello y que te tragues mi pelo. Soñar con viajar a
Irlanda y espantar a todo hombre que quiera entrar en mi vida. No querer
conquistar a nadie más, ser tu principal vicio inconfesable (que son los únicos
que valen la pena).
Despertar frente a tus ojos, caminar por el campo, ayudarnos, escapar de Madrid, beber, comer, jugar, ser nosotros
mismos siempre y, sobre todo, hacernos sonreír. Querer vivir para siempre para no
separarnos nunca, querer estar juntos a todas horas del día. Cocinar contigo, bañarme contigo, llevarte a cenar, ver la tele
juntos, conducir contigo, tomar el sol contigo, tener una rutina contigo. "Porque las cosas realmente especiales son las que
aún haciéndolas mil veces son tan maravillosas como la primera
vez". Saber que eres el amor de mi vida, imaginar un futuro
juntos y no querer cambiarlo por nada del mundo.
Crear una familia y tomar
juntos todas las decisiones que haya que tomar. Casarme con un hombre bajo
un sombrero negro y tú casarte con una mujer bajo un velo blanco, sin el pelo
recogido.
La esperanza de que volvieras a quererme cada día más, aunque
pareciese imposible el día anterior. Nada más. No pedía nada más.
Mar Fresno