Empecé el día convencida de que todo era
indiferente, nada me iba a cambiar. No hacía falta hundirme en mis pensamientos.
Poco a poco me fui dando cuenta de mi turno de palabra. Nadie escuchará mi opinión y nadie tendrá en
cuenta mis ideas.
Me incomodan pocas cosas pero no me gusta
incomodar y menos aún romper el silencio. Pensé en rendirme pero decidí seguir
escuchando. Propuse y fui refutada, animé y fui pulverizada.
Me encantaría ser distinta, para
gustar y ser tenida en cuenta. Decidir entre dejarlo todo a medias o derrumbarme ahí mismo. Las ganas de gritar me
llenan de rabia y mis lágrimas invisibles se burlan de mí. Odio y tristeza,
comprensión y desacuerdo. Soy así, no entiendo por qué es tan malo.
Estiro el cuello, miro al techo, cierro los ojos y abro la boca para gritar, pero no puedo. Tengo un nudo en la garganta que hace que me queme sin sentido. Siento la necesidad de salir corriendo de
esta habitación. Habitación que sólo se enciende con su luz y trae momentos y risas que se empequeñecen con el paso del tiempo. Tiempo que se para para no ser disfrutado.
Mar Fresno
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