Siempre me decía que debía cantar con más gracia, con más alegría.
Bueno, no me lo decía, de hecho nunca me dijo nada semejante pero no sé, lo
insinuaba, creo.
Y eso hice, día y noche, cantar como si mi canto bailara por su cuenta y tratar de acompañarlo con mi cuerpo, aunque eso era más complicado.
Nunca bailamos juntos, nunca quiso, se le debía dar muy mal, supongo. Pero
eso no me importaba, yo bailaba sola en mi cuarto e imaginaba que estaba con
él, sin juicio.
Pasé mi profesión a la ducha y me di cuenta de que
sería mejor bailarina bajo el calor de la lluvia, él odiaba aunque cálida, la lluvia.
En cuanto se ponga a llover, en cuanto caigan gotas en mi ventana,
saldré a buscarle bailando por las calles.
Por mi inconsciencia sabrá dónde encontrarme.
Mar Fresno
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